martes, 18 de mayo de 2010

El perfume olvidado de las flores

William Faulkner (1897-1962) es otra de mis vacas sagradas.
El complemento directo final de este párrafo, pura sutileza. Añado después el discurso que pronunció al recibir el Nobel de Literatura.

La puerta se abrió hacia dentro. Él se quedó un momento en el umbral, ocultando la habitación, luego se hizo a un lado. «Entrad», dijo con voz pastosa y aturdida. Entraron. No parecía la habitación de una chica. No parecía ser la habitación de nadie, acrecentada su anonimato por un ligero olor a cosméticos baratos y unos cuantos objetos femeninos e inútiles esfuerzos para feminizarla, dándole esa transitoriedad inerte y estereotipada de las habitaciones de las casas de citas. La cama no había sido ocupada. En el suelo descansaba una prenda usada de ropa interior de seda un poco demasiado rosa; de un cajón entreabierto colgaba una sola media. La ventana estaba abierta. Allí surgía un peral, muy próximo a la casa. Estaba en flor y las ramas arañaban y se frotaban contra la casa y el aire transparente, impulsado contra la ventana, introducía en la habitación el olvidado olor de las flores.

El ruido y la furia (1929)






"Creo que este honor no se confiere a mi persona sino a mi obra, la obra de toda una vida en la agonía y vicisitudes del espíritu humano, no por gloria ni en absoluto por lucro sino por crear de los elementos del espíritu humano algo que no existía. De manera que esta distinción es mía sólo en calidad de depósito. No será difícil encontrar, para la parte monetaria que extraña, un destino acorde con los elevados propósitos de su origen.

Pero también me gustaría hacer lo mismo con el renombre, aprovechando este momento como pináculo desde el cual me escuchen los hombres y mujeres jóvenes que se dedican a la misma lucha y afanes entre los cuales ya hay uno que algún día se parará aquí donde yo estoy.

Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu; sólo queda esta interrogante: ¿Cuándo estallaré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado los problemas de los sentimientos contradictorios del corazón humano, que por sí solos pueden ser tema de buena literatura, ya que únicamente sobre ellos vale la pena de escribir y justifican la agonía y los afanes.

Ese escritor joven debe compenetrarse nuevamente con ellos. Aprender que la máxima debilidad es sentirse temeroso; y después de aprenderlo olvidar ese temor para siempre, no dejar lugar en su arsenal de escritor sino para las antiguas verdades y realidades del corazón, las eternas verdades universales sin las cuales toda historia es efímera y predestinada al fracaso: amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio.

Mientras no lo haga así continuará trabajando bajo una maldición. No escribirá de amor sino de sensualidad, de derrotas en que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus penas no serán penas universales y no dejarán huella. No escribirá acerca del corazón sino de las glándulas.

Mientras no capte de nuevo estas cosas, continuará escribiendo como si estuviera entre los hombres sólo observando el fin de la Humanidad. Yo rehúso aceptar el fin de la Humanidad.

Es fácil decir que el hombre es inmortal porque perdurará; que cuando haya sonado la última clarinada de la destrucción y su eco se haya apagado entre las últimas rocas inservibles que deja la marea y que enrojecen los rayos del crepúsculo, aun entonces se escuchará otro sonido: el de su voz débil e inextinguible todavía hablando. También me niego a aceptar esto.

Creo que el hombre no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de perseverancia.

El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado.

La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer".

Discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura (1950)

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