Cyrano de Bergerac, Edmond Rostand
ACTO IV, ESCENA III
Los mismos y CYRANO.
CYRANO.
(Saliendo de su tienda, tranquilo, con la pluma en una oreja y un libro en la mano.) ¿Qué es lo que pasa? (Silencio. Dirigiéndose al primer cadete.) ¿Así arrastra los pies un cadete?
EL CADETE.
¡Es que tengo una cosa en los talones que me molesta!
CYRANO.
¿Qué es?
EL CADETE.
¡El estómago!
CYRANO.
Y, ¿dónde crees que lo tengo yo?
EL CADETE.
¿Y no te molesta?
CYRANO.
¡Al contrario!... ¡me eleva el espíritu!
! SEGUNDO CADETE.
¡Yo tengo los dientes largos!
CYRANO.
¡No por eso morderás lo que no hay!
TERCER CADETE.
¡Mi tripa suena a hueco!
CYRANO.
¡Servirá para tocar el tambor!
OTRO.
¡Me zumban los oídos!
CYRANO.
¿Qué?... ¡Estás mintiendo ¡Tripa vacía no tiene orejas!
OTRO.
¡Algo de comer!... ¡quiero algo de comer, aunque sea...!
CYRANO.
(Quitándole el casco y poniéndoselo en la mano.) ¡Ahí tienes la ensalada!
OTRO.
¿Y qué podría comer yo?
CYRANO.
(Lanzándole el libro que tiene en las manos.) ¡La Ilíada!
OTRO.
¡En París, el ministro estará comiendo cuatro veces al día!
CYRANO.
¿Crees que debería mandarte una perdiz?
EL MISMO.
Y por qué no?... ¡Y vino también!
CYRANO.
(Burlándose.) Richelieu, ¿qué deseáis?... ¿Borgoña?
EL MISMO.
¡Que nos lo envíe por medio de algún capuchino!
CYRANO.
(Lo mismo.) ¡Su eminencia está demasiado... alegre!
OTRO.
¡Tengo un hambre de ogro!
CYRANO.
¡Bueno!... ¡trágate algún niño!
PRIMER CADETE.
(Encogiéndose de hombros.) ¡Siempre el chiste, la ironía!...
CYRANO.
¡Sí, la palabra justa!... ¡Quisiera morir una tarde bajo un cielo rosa, con una hermosa frase para una causa bella! ¿Qué mayor gloria que caer herido por un arma noble y por un rival digno de serlo, lejos del lecho de muerte, con la punta de la espada en el corazón y la ironía en la punta de los labios?
GRITOS DE TODOS.
¡Tengo hambre!
CYRANO.
(Cruzándose de brazos.)
Pero... ¿qué os pasa?... ¡No pensais más que en comer! ¡Acércate! Beltrán, viejo pastor y flautista, saca de tu estuche de cuero una de tus flautas y toca... ¡toca para este hatajo de vagones y borregos, las viejas canciones del país!... ¡Toca una de esas canciones que, en cada nota, nos recuerdan las voces amadas!... ¡Toca esos aires que tienen la lentitud del humo que las casas de nuestros pueblos exhalan por sus techos, esa música cuyas notas están escritas con acento patois! (El viejo se sienta y prepara su flauta.) ¡Que la flauta, hoy guerrera y afligida, recuerde por un momento que antes de ser de ébano fue de caña, mientras tus dedos parecen bailar sobre ella como las patas de un pájaro!... ¡Que su canción la asombre y reconozca el alma rústica y agradable de su juventud!... (El viejo comienza a tocar una canción del Languedoc.) ¡Escuchad, gascones!, esto no es la trompeta aguda de los campos de guerra, ¡es la flauta del bosque! ¡De sus labios no sale el grito que nos llama al combate sino la dulce música de la gaita de nuestros pastores! ¡Escuchad, gascones!, ¡es el rumor del valle, de la landa, del bosque, el pastorcillo con su gorra roja, el verde dulzor de los atardeceres de Dordoña! ¡Oídlo, gascones!... ¡Es toda la Gascuña!
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